Cuando el mundo juega con fósforos en medio de un polvorín, al borde de una tercera guerra mundial, Colombia ha dado un paso sobrio y valiente hacia la paz global. El presidente Gustavo Petro anunció el 16 de julio que el país dejará de ser socio global de la OTAN. “De la OTAN debemos salir, no hay otro camino”, afirmó en la Conferencia Ministerial de Emergencia sobre Palestina celebrada en Bogotá.
Esta decisión no es un gesto aislado ni improvisado. Responde a la coherencia de una política exterior de “tú a tú” que el Gobierno ha defendido, y se enlaza con la presidencia pro tempore de la CELAC que hoy ejerce Colombia, un mecanismo que en 2014 declaró a América Latina y el Caribe como zonas de paz. Es un acto de congruencia histórica con lo que somos y con lo que hemos dicho que queremos ser.
Colombia fue, desde 2018, el único país de América Latina con el estatus de “socio global” de la OTAN. No nos convertía en miembro pleno, pero sí nos volvía parte del engranaje de una maquinaria de guerra ajena a nuestros intereses y a nuestra geografía. Romper ese vínculo abre el camino para orientar nuestra defensa hacia la vida y no hacia conflictos lejanos que nunca nos pertenecieron, pero que hoy tocan a nuestra puerta con la presencia militar de EE.UU. en el Caribe venezolano.
Ser socio, aunque solo fuera en esa categoría, implicaba quedar atados a una alianza que no protege a nuestros pueblos, sino los intereses estratégicos de potencias externas. La OTAN no es un foro de paz: es la organización que bombardeó Yugoslavia sin autorización de la ONU, que convirtió a Libia en un Estado fallido, que ocupó Afganistán durante dos décadas dejando muerte y desolación, y que hoy alimenta la confrontación en Ucrania con armas e inteligencia. Integrarse a su engranaje no significaba mayor seguridad para Colombia, sino el riesgo de que nuestras fuerzas armadas, nuestros recursos y hasta nuestro territorio terminaran sirviendo a guerras ajenas.
Por eso tiene un profundo sentido que sea justamente Colombia -el corazón de América, con 16 fronteras y 11 países vecinos- el país que decida cortar ese lazo y enviar un mensaje claro a toda la región: no podemos prestarnos para que nuestro suelo ni nuestras venas se conviertan en corredores de guerra.
El momento histórico nos exige ir más allá. Durante la Guerra Fría, los países no alineados levantaron la bandera de la independencia frente a los dos bloques hegemónicos. Hoy el Sur Global necesita actualizar esa visión y construir una organización de defensa que no sea para la guerra, sino para la vida, la paz y la soberanía compartida. No se trata de escoger entre Washington, Moscú o Pekín; se trata de decidir por nosotros mismos.
Bolívar advirtió que “la unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto del destino”. Esa unidad no será posible si seguimos subordinados a ejércitos extranjeros. Hoy Colombia abre un horizonte distinto. Que América Latina lo acompañe porque la paz nuestra -la paz propia- es el único blindaje digno frente a la tormenta que se avecina.